Mikel Lertxundi
LERTXUNDI Mikel (Berriatua, País Vasco, 1951)
Es el suyo un lenguaje escultórico muy singular; ya sea sobre materiales, sobre papel, o sobre otros soportes, es un lenguaje claro y directo, que habla pero que, sobretodo, deja hablar a los propios materiales y elementos, desde su ser y estar. La escultórica de Lertxundi, fácilmente reconocible por su sugerente ensamblaje de materiales piedra, madera e hierro a los que ocasionalmente añade los elementos espaciales agua, aire y fuego, presenta un discurso que va más allá de los meros materiales, formas y condicionamiento espacial. La esencia de su búsqueda plástica radica en generar la correcta interacción entre los conceptos y elementos participantes que reconoce son parte de un todo más ámplio donde cada material asume el juego de la asimilación y, a su vez, de la diferencia y de la individualidad. Conceptos claves como la complementariedad y la necesidad de interelación comunicativa proporcionan las pautas coordenadas en un mismo espacio vital, que busca la armonia y el equilibrio.
Es la suya una opción muy temprana que viene enfilada desde la infancia. Lertxundi no sabe cuál de los dos descubrió antes, si el Arte o la Naturaleza; es más, no sabe si fué él quién los eligió o fueron éllos los que le eligieron a él. Lo suyo siempre ha sido y es un constante observar y dialogar con la Naturaleza, a quien sabe que pertenece y en quien reconoce al maestro y guia de su caminar. Pero Lertxundi tambien pertenece a esa generación que en reducido espacio de tiempo ha asistido a los mayores cambios de valores en la sociedad; a ésa que ha pasado de ver a una humanidad que respeta y venera a la Naturaleza y de la que se siente parte, a ver a una humanidad que se cree única y suprema y que actúa con desmesurada prepotencia e interés. Quizás por éso, obra y autor con los principios consolidados en el recorrer de diferentes continentes y contemplando el paisaje de la vida desde el balcón de la madurez ve que todo el camino andado le lleva a ser puente: puente de conexión y reencuentro del hombre con la Naturaleza. Y quizás por éso las obras que “le salen” nacen como metáforas que inducen a un volver a la Naturaleza.
Es el suyo un lenguaje escultórico muy singular; ya sea sobre materiales, sobre papel, o sobre otros soportes, es un lenguaje claro y directo, que habla pero que, sobretodo, deja hablar a los propios materiales y elementos, desde su ser y estar. La escultórica de Lertxundi, fácilmente reconocible por su sugerente ensamblaje de materiales piedra, madera e hierro a los que ocasionalmente añade los elementos espaciales agua, aire y fuego, presenta un discurso que va más allá de los meros materiales, formas y condicionamiento espacial. La esencia de su búsqueda plástica radica en generar la correcta interacción entre los conceptos y elementos participantes que reconoce son parte de un todo más ámplio donde cada material asume el juego de la asimilación y, a su vez, de la diferencia y de la individualidad. Conceptos claves como la complementariedad y la necesidad de interelación comunicativa proporcionan las pautas coordenadas en un mismo espacio vital, que busca la armonia y el equilibrio.
Es la suya una opción muy temprana que viene enfilada desde la infancia. Lertxundi no sabe cuál de los dos descubrió antes, si el Arte o la Naturaleza; es más, no sabe si fué él quién los eligió o fueron éllos los que le eligieron a él. Lo suyo siempre ha sido y es un constante observar y dialogar con la Naturaleza, a quien sabe que pertenece y en quien reconoce al maestro y guia de su caminar. Pero Lertxundi tambien pertenece a esa generación que en reducido espacio de tiempo ha asistido a los mayores cambios de valores en la sociedad; a ésa que ha pasado de ver a una humanidad que respeta y venera a la Naturaleza y de la que se siente parte, a ver a una humanidad que se cree única y suprema y que actúa con desmesurada prepotencia e interés. Quizás por éso, obra y autor con los principios consolidados en el recorrer de diferentes continentes y contemplando el paisaje de la vida desde el balcón de la madurez ve que todo el camino andado le lleva a ser puente: puente de conexión y reencuentro del hombre con la Naturaleza. Y quizás por éso las obras que “le salen” nacen como metáforas que inducen a un volver a la Naturaleza.